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UN POETA LLAMADO SÉMPER

Por Xosé Antonio Perozo

El mimetismo positivo del correligionario con el líder es un fenómeno en desaparición. Puede ser debido a dos circunstancias. Una, la falta de carisma de la mayoría de los dirigentes políticos de nuestros días. Dos, la proliferación y diversificación de sus presencias en los medios dinámicos. Ambas se complementan y, contra lo que sucedía dos o tres décadas atrás, los adalides de los partidos ya no marcan tendencia en el ser y decir de sus seguidores.

En tiempos de González y Guerra, por ejemplo, en las bases del socialismo, y entre los dirigentes intermedios, por la forma de expresarse resultaba fácil descubrir cuáles de los dos paladines eran sus modelos. Algo similar sucedió con Suárez, Pujol, Tierno Galván, Santiago Carrillo, Marcelino Camacho… Con Aznar decayó hasta las zanjas del ridículo. Zapatero elevó algo el listón, pero se lo tragó el silencio. Con Rajoy y Casado se hundió en el desencanto y la gracieta esperpéntica…

Hoy Sánchez es inimitable, no contagia, como cualquier maniquí de escaparate. Y mucho menos Feijóo, con más disfraces impersonales que Mortadelo. No, en los reflejos ya no vemos líderes con personalidad contagiosa. Un viejo prodigio que ha desaparecido en las rebajas de la decadencia colectiva y lleva camino de ser arrastrado por locuras llamadas Trump, Milei, Le Pen, Meloni… Corren malos tiempos para marcar tendencia política axiomática.

Por ello, cuando surge una cara de impacto, quienes andamos intoxicados con esto de la semiótica, ponemos el oído y un ramo de margaritas a la esperanza. El último de mis fichados fue Francisco de Borja Sémper. Al llamarlo Feijóo, anunciando la moderación, me alegré.

Lo presentaron como un tipo joven, curtido en la política conservadora, capaz de abandonar la primera línea tras algunos fracasos electorales, cansado de intrigas palaciegas y con muchas ganas de hacer esa otra política de derechas, que el país lleva aguardando desde que la Alianza Popular de Fraga inició el camino hacia el centro. Un centro, muy parecido al horizonte natural. Siempre que se acercan a él se les escapa. Pues bien, Sémper surgió cargado de carisma, buenas palabras y calibrados conceptos. Incluso podía llegar a ser un buen reemplazo para el gris Alberto cuando se cansara de ser jefe de la oposición. Así se vio. Volvía con ímpetu después de airearse tres años en el seno de una multinacional de la gestión y otras influencias.

Además, Sémper es poeta y eso marca. Yo había leído dos libros suyos: ‘Sin complejos’ y ‘Maldito (des)amor’. Me pareció un autor correcto, de versos claros e ideas sencillas. En uno de ellos (creo que el primero) Joaquín Sabina se declaraba amigo suyo. Otro punto. Más tarde leí su conversación con Eduardo Madina sobre ETA. Discrepé, pero ahí quedó el testimonio en forma de libro.

Sin embargo, en este año de vida pública el político de la esperanza se ha perdido en la selva de los argumentarios, que van y vienen entre las FAES y Génova 13. Se enreda y autorrectifica tanto como Feijóo. Semióticamente no se mimetiza, pero improvisa y he sentido espanto al escucharle decir que “Hamas debe de ser exterminado”. El concepto me pareció muy grave porque en democracia el terrorismo debe de ser “derrotado”. Como se derrotó a ETA o al IRA. El exterminio pertenece a un lenguaje impropio de nuestra civilización y de un poeta romántico. Y dicho esto, apartándome del político me pregunto por el escritor, quien por desgracia ha dejado de ser un verso suelto en el desconcierto de la política de lo abrupto. Lejos de la concordia prometida, ¿aún escribirá poemas de amor?

XOSÉ ANTÓN PEROZO