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DIEZ AÑOS DE PRÓRROGA

Por Xosé A. Perozo

Celebrar un décimo aniversario monárquico encaja a contramano. Lo habitual son los veinticinco, los cincuenta, alguna vez los setenta y cinco y el centenario se lleva la palma. Celebrar diez años de reinado con fastos inusuales, al modo del decadente reino británico, da que pensar. Yo me malicio que las encuestas sobre la monarquía española, por la que el CIS no pregunta y, hasta donde yo sé, en la Zarzuela sí se cocinan periódicamente, no ofrecen un panorama alentador para el joven monarca y su sucesora. Lo cierto es que Felipe VI no cae lo suficientemente bien a la ciudadanía en general y en la juventud en particular. Se le ve en exceso Grecia y poco Borbón, lo cual no puedo definir si es bueno o malo para lavar la desastrosa imagen histórica de sus antecesores en el trono de este bendito país, que viene sosteniendo a la familia de origen francés desde 1700, con idas y venidas tramposas, fraudes, desfalcos, guerras fratricidas, falsas abdicaciones, dos Repúblicas frustradas y un par de desafortunados reyes extranjeros. La puesta en escena de este inusual décimo aniversario, con las niñas felicitando a papá y mamá en un teatro de aparente improvisación, ha sonado chocante y ñoño por mucho que aplaudan los compromisarios. Los mismos que mañana pueden despertarse republicanos sin ningún pudor.

La monarquía española permanece y permanecerá amparada por la Constitución del 78 (en tiempos de turbulencia no parece oportuno cambiar el artículo primero) y mediante una componenda histórica, por mor del pragmatismo necesario a la salida de la dictadura, en lugar de retornar al régimen democrático derrocado por el golpe de Estado militar de 1936. En la transición amnistiamos a las huestes del dictador y consideramos un mal menor la monarquía parlamentaria con la figura de Juan Carlos I, cuya buena labor de equilibrista durante 39 años habría sido un hito para los anales de no caer en las borbonadas al uso. Al contrario que a su padre, a Felipe VI se le considera de una manifiesta inclinación ideológica hacia la derecha. ¿Un rey puede no ser conservador? A Juan Carlos se le etiquetó como progresista. Luego hemos sabido que simplemente se fiaba de Felipe González y temía las inclinaciones extremistas de Aznar. Al final del camino dejó al régimen hecho unos zorros, que el hijo trata de recomponer en un momento político de crispación, donde la alargada sombra de la derecha reaccionaria lo considera inadecuado para sus intereses.

Tocar a arrebato para celebrar estos diez años de prórroga dinástica ha sonado anacrónico, aunque hayan convidado a comer a un puñado de ilustres plebeyos. Ciertamente en estos tiempos toda monarquía suena trasnochada no obstante de su posible conveniencia arbitral en momentos de turbación. No es plato de gusto el papel que le ha correspondido a Felipe VI (seguramente el monarca mejor preparado de nuestra historia) y no contrapongo su gestión a la que realizaría cualquier presidente republicano. La diferencia reside en la temporalidad de un cargo y lo irremediable del otro. En estos diez años su reinado no ha sido brillante por las rémoras familiares y por sus desaciertos sonoros. En el haber encontramos escasos logros. Ahora estamos en el capítulo de la mayoría de edad de la infanta y dentro del guion se encuadran los actos de esta semana, por lo cual el décimo aniversario es una mala excusa. Los reyes, tratando de ganar el ruedo mediático, transmiten la idea de unos papás preocupados por el futuro de las chicas, rescatando del olvido la corte de Madrid, alejada del concepto popular de villa. Un triste fuera de juego.

Xosé A. Perozo