galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

¿QUIÉN DUERME EN LA CASA DE CARTÓN?

Esta es la foto de una vida rota por la decisión de una poderosa multinacional discográfica...

“Un buen día me quedé sin trabajo y cuando dejé de cobrar el paro, ella se fue a vivir con sus padres. A mí me echaron del apartamento y me convertí en el paria que soy. Así de fácil…”

Es un jueves de abril. Tras una noche fría, de lluvia y viento, me he puesto como el tiempo: melancólico e insufrible. Sigue lloviendo a cántaros y, en casa, cada uno se dedica ya a lo suyo, con monótona calma y esa rutina que nos acompaña hacia la última frontera.

Compostela, anoche, era el diluvio incluso en los soportales, que aquí llueve de lado y moja a esa gente que se esconde bajo los cartones, el único hogar que tienen los pobres de solemnidad. Yo iba bien cenado cuando casi le tiro el tenderete al Sera, que asomó cara de susto por su ventana, esa desde la que contempla el mundo a ras de suelo.

Me interesó su historia y le propuse un café caliente. Aceptó con la desconfianza propia de quien se siente abandonado en la calle, como si fuera un trasto viejo del que hay que deshacerse.

Nos sentamos en el bar próximo a punto de cerrar ante la curiosa mirada de un camarero sesentón de esos que esperan ya el “retiro” con ansiedad. Los silencios se hicieron largos hasta que yo…

—– ¿Y lo peor de esta perra vida que es?

—– La soledad en la que te sumerges cuando sientes que ya no vales nada para nadie.

El Sera amanece más temprano que nosotros y extiende la mano durante todo el día por el entorno del Obradoiro, esperando la moneda del peregrino que le permita, al menos, un desayuno. Pero en días como este  lluvia y frío hacen muy breve la estancia en la Plaza; y en la Catedral no se le permite pedir a los “mendigos”, no vaya a ser que se ofenda Dios.

—–  ¿No hay albergues para dormir?

—–  Yo tengo manta y prefiero “mi casa”. En el albergue me siento extraño.

Es como si le diera vergüenza dormir al lado de gente a la que no conoce. Pero también siente rubor cuando pide dinero para subsistir…

—–  Para comer tienes comedores sociales.

—–  Sí, yo voy algunas veces al de Cáritas, allí me tratan muy bien.

La noche avanza pero sigue lloviendo tras los cristales del único bar que está abierto a estas horas y hasta el camarero espera que se despeje el cielo… quizá porque le conmueve nuestra conversación…

—–  ¿Quieren otro café? ¡Invita la casa!

Las palabras sonaron cómplices y el Sera comenzó a contarnos…

—– Soy de Madrid y hasta hace ocho años vivía bien. Tenía pareja y juntos éramos felices o eso me parecía. Un buen día me quedé sin trabajo y cuando dejé de cobrar el paro, ella se fue a vivir con sus padres. A mí me echaron del apartamento y me convertí en el paria que soy. Así de fácil…

Cuando escuchas algo así… no piensas en que a ti pudo haberte pasado lo mismo, solo bendices el apoyo de tu familia y la suerte que has tenido en la vida. Porque verás…

—– Yo trabajaba en una compañía discográfica multinacional. Digamos que era una especie de cazatalentos, un puesto muy bien valorado. Cobraba un buen sueldo y alternaba con las estrellas. Mi vida era la que desearía cualquier persona porque tenía hasta eso que se llama ahora glamur. Nada me hizo nunca suponer que iba a terminar así…  

Se hizo un largo silencio y a mi memoria volvieron los felices setenta, cuando tenía más de un centenar de amigos ejecutivos de las diferentes casas discográficas asentadas en España. Yo era entonces un simple locutor de Radio Popular de Vigo. Por aquella emisora desfilaron los grandes de nuestra música y siempre les acompañaba alguien de peso de la industria, en aquellos tiempos con grandes beneficios declarados.

El Sera me contó que había “descubierto” a varias de las figuras de la época y que había producido cientos de discos que dejaron ganancias millonarias para la empresa.

—– ¿Cómo te lo dijeron?

—– Me entregaron una simple carta, como suele decirse, agradeciendo los servicios prestados. En el sobre venía un cheque de 150.000 pesetas y unas indicaciones para apuntarme al paro. No pude ni pedir explicaciones a mi jefe, no me dieron tiempo.   

—– ¿Y la familia?

—– Sin trabajo, sin paro, sin nada… supongo que me dejé ir porque no quería ser una carga para nadie. Mi padre murió hace un año y ni siquiera pude ir a su entierro.

Le miras a los ojos y no eres capaz de ver nada. Ni siquiera piensa en el futuro. El Sera

vive contando las horas, que los días ya le resultan demasiado largos y las noches…

—– Te acostumbras al frío, a la humedad, a la noche oscura. Al final no sientes nada. Nada te preocupa y nada te inquieta. Ni siquiera tienes miedo a la muerte. Ya sabes que cualquier día aparece paseando como un turista por el Obradoiro y te lleva. Entonces, ya está.

Cuando paró de llover aquel camarero cerró el bar y el Sera se fue a su casa que esta vez estaba instalada bajo el soportal que une la gran plaza con San Martín Pinario. Mañana construirá un nuevo hogar de cartón, vete a saber dónde.

Al llegar a Carreira, me puse el casete de aquel “Galicia de Noite” que hice con Julio Iglesias para recordar aquellos tiempos de radio; después de escucharlo me quedé dormido preguntándome que sería de aquella legión de amigos de las antiguas y poderosas discográficas…

Recuerdo a todos uno por uno pero solo tengo contacto con José Ángel Vecino que, cuando dejó el mundo del disco se dedicó a las finanzas y a sus setenta y tantos aún consigue ganar dinero. Su historia es bien diferente de la de el “Sera”, que me pidió no te diera más señas. 

Xerardo Rodríguez